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En torno a 150 esculturas habitan las calles de Oviedo, aunque solo 9 de ellas han sido creadas por manos femeninas. No obstante, son muchas las mujeres que aparecen representadas en ellas, como madres, como musas o como trabajadoras de los estamentos más bajos de la sociedad. En esta ruta puedes conocer la historia de las mujeres, sus formas de vida y su esencia sin recurrir a la mirada tradicionalmente masculina.
Esta escultura, reproducción de una original de mayor tamaño, representa a una mujer sentada,
descalza, que rodea con sus brazos a un niño, también descalzo y vestido únicamente con una camiseta,
que se encuentra de pie a su lado mirándola.
En Oviedo hay seis representaciones similares de la maternidad, la mayoría de ellas inspiradas en la
famosa "Encarna con Chiquilín", que se encuentra a escasa distancia de ésta. Las mujeres son representadas en
la mayoría de esculturas como madres o musas, de acuerdo al papel social y cultural al que se les relegó durante
buena parte de la historia. Este tipo de representaciones tienen su origen en épocas prehistóricas, pero alcanzan
su auge con el crecimiento de la religión católica, donde comienzan a aparecer vírgenes como trono de Dios (Theotokos).
De esta manera se tiende a excluir a la mujer como sujeto y la convierte en un objeto o medio para el ensalzamiento de una figura de mayor importancia.
A pocos metros de la anterior nos encontramos con esta representación
de Mafalda, hecha en resina epoxi y reforzada con fibra de vidrio.
Este personaje se popularizó en una tira de prensa argentina, que llevaba el mismo nombre que su pequeña protagonista y que fue creada por el humorista gráfico Quino.
Estos tebeos se publicaron entre los años 1964 y 1973 y pretendían ser el espejo de la clase media argentina y de la juventud progresista del país,
ya que Mafalda se muestra preocupada por la humanidad y la paz mundial y se rebela contra el mundo legado por sus mayores.
El diseño de esta escultura es una copia de la que se encuentra en el Paseo de la Historieta de Buenos Aires,
aunque la original cuenta con un vestido de color verde, mientras que la ovetense luce un conjunto de color rojo.
Su colocación en el Parque de San Francisco se llevó a cabo como homenaje
a Quino, coincidiendo con la entrega del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2014.
Esta pieza de bronce, obra de Mauro Álvarez Fernández, está datada del año 2002.
La estatua, de estilo realista y tamaño natural, es un homenaje a Josefa Carril, una popular
fotógrafa que vivía en la capital y trabajaba junto con su marido, Antonio Hernández, fotografiando en
el Parque de San Francisco a la clase burguesa de la época, en el mismo lugar donde se encuentra el monumento.
El conjunto escultórico lo forman ella y su cámara fotográfica, conocida como cámara “minutera”, y el trípode, del cual cuelga
un cubo de agua, una silla y un caballito, el cual hace referencia al caballito
de cartón que le servía para mantener distraídos a los niños cuando les realizaba el retrato.
El nombre de «torera» le viene por el tipo de calzado que siempre usaba esta fotógrafa, unas «manoletinas».
Se trata de una reproducción de un original de menor tamaño.
En ella se representa una vez más a la mujer como madre, mostrando a la protagonista sentada y
amamantando a un niño, mientras descansa su brazo izquierdo en la cintura.
De esta escultura se encuentran otras dos reproducciones en Oviedo,
con el nombre de «Maternidad» y en distintos tamaños, situados en la Plaza de
Carlos Osoro de Sierra y en San Claudio respectivamente.
Sigue la tendencia del artista donde la curva es el elemento geométrico por excelencia. Está obra está llena de vivacidad, exuberancia y sensualidad.
La obra presenta una mujer sentada con un niño sobre uno de sus muslos, ambos desnudos.
La figura, que mide casi dos metros y medio, y pesa 800 kilogramos, tiene un color gris oscuro y deja al descubierto las redondeadas y
obesas formas características del escultor colombiano, autor de la misma. Esta estatua, la estatua
más famosa de Oviedo, los lugareños la conocen de manera cariñosa como «La Gorda».
Pese a tratarse nuevamente de una maternidad, la obra de Fernando Botero se caracteriza por dar un vuelco a
temas tradicionales y legendarios del sistema patriarcal dónde la mujer estaba estereotipada, discriminada,
enmarcada en un papel de inferioridad, sexualizado y sensiblero.
A éstas mismas mujeres Botero les ha otorgado protagonismo, fuerza, expresividad y exuberancia,
no solo con imágenes volumétricas, sino profundizando en temas variopintos como el amor, las costumbres,
el sexo, la vida cotidiana o la violencia. Con temas inspirados en leyendas de la mitología griega y romana o en
pretéritas visiones, Botero ha posicionado a la mujer en una situación de igualdad.
Se trata de una pieza hecha de bronce pulido, material que dota a la obra de un alto grado de sofisticación.
En ella aparece representada una figura femenina ejecutando un paso de danza sobre una peana.
Fue un regalo del autor al Ayuntamiento de Oviedo, de modo que este último solo tuvo que asumir los gastos de fundición, que rondaron los treinta mil euros.
Representa a una estudiante que camina distraídamente leyendo un libro mientras
sostiene una libreta y una carpeta entre sus manos, desbordando una sensual y cándida expresión de sosiego que simboliza la tradición universitaria de la ciudad.
Se situaba bajo la farola centenaria que iluminaba la entrada al Teatro Campoamor,
aunque actualmente ha sido trasladada varios metros hasta la entrada de la calle Alonso Quintanilla.
La Universidad de Oviedo se fundó en el año 1608, convirtiéndose la ciudad en
un núcleo universitario importante, donde era habitual ver a estudiantes de todos los rincones de país residiendo en ella.
Sin embargo, hasta el 8 de marzo de 1910 no se autorizó la matriculación de mujeres en las carreras
universitarias públicas, por lo que, en este sentido, la temática de esta obra es profundamente contemporánea.
La guisandera es una obra hecha en bronce que da reconocimiento a todas las madres, a
las que se les homenajea por su labor silenciosa, paciente, tanto como amas de casa, como en trabajos
realizados en mesones, posadas, casas de comidas y sidrerías.
La composición representa a una mujer entre fogones y a una niña que mira atenta sus evoluciones y consejos, como símbolo del legado heredado a una nueva generación de guisanderas.
Las figuras están situadas a ras de suelo de la Calle Gascona, creando la cercanía que estas mujeres proporcionaban a todos los miembros de sus hogares y con los que trabajaban.
Su artista María Luisa Sánchez-Ocaña supo darle a esta obra un aspecto que inspira el sosiego y la
tranquilidad que escapa de las prisas habituales. Cabe destacar que en tan solo 9 esculturas de las
casi 150 que hay en la ciudad han participado mujeres, siendo esta una de ellas.
Se trata de una copia moderna, de tamaño mayor que la original, que se llevó a cabo tras la muerte del escultor,
a petición de la asociación de sidrerías de la Calle Gascona. En ella se puede observar a una mujer gitana llevando
una cesta y hace hincapié en la sociedad gitana y su forma de vida.
El pueblo gitano representa el 2% de la población en nuestro país.
Este dato es muy significativo, no solo por ser la minoría étnica más importante de España,
sino también por el hecho de haber logrado subsistir, puesto que la historia del pueblo gitano está marcada por
diferentes hechos vinculados a la persecución, asimilación cultural y exterminio principalmente en Europa,
además de otros continentes, pero con menos virulencia.
Por lo que se refiere a las mujeres gitanas, son las grandes ausentes de la propia investigación y
de la narración histórica, aunque es un eje fundamental, un engranaje esencial para entender la historia
del pueblo gitano y, sin embargo, se encuentra totalmente ausente de la historiografía gitana aun cuando la
transmisión de la cultura y del idioma que perpetua su herencia cultural, la han realizado las mujeres gitanas
mediante el lenguaje oral y corporal.
Las mujeres gitanas sufren una triple discriminación étnica, social y de género.
La escultura se encuentra en una esquina elevada de la plaza de Alfonso II
cerca de la catedral, lugar donde Ana Ozores, protagonista del libro de Leopoldo Alas "Clarín" titulado "La Regenta", pasaba buena parte de su día.
La escultura porta un vestido acorde a la época en la que se inspira la novela, 1874.
Además, parece mirar con recelo hacia la entrada de la Catedral, justo al punto exacto en el que se encontraba de forma habitual su confesor.
Algunas autoras como Sara Schifter o Lisa Gerrard denuncian el tratamiento negativo dado en La Regenta a la sexualidad femenina.
Por ejemplo, la aventura con Germán, un amigo de la infancia, en la barca tiene consecuencias dramáticas para Ana ya que se interpreta como un escándalo.
Según Schifter, desde entonces Ana asocia la sexualidad con un intenso sentimiento de culpabilidad, de temor y con una cierta repugnancia.
Además, la obra fue una dura crítica contra la doble moral de la Iglesia y de la ciudad de Vetusta, Clarín enfrenta el
poder civil y el eclesiástico en esta obra, y lo simboliza con el triángulo amoroso en el que Álvaro Mesía y Fermín de
Pas compiten por el amor de Ana Ozores, siendo ella un mero sujeto pasivo en toda la narración pese a ser la protagonista principal.
Pretende rendir homenaje a las mujeres que hasta los años setenta del siglo XX llegaban con sus burros para distribuir la leche en el casco urbano de Oviedo.
Esta escultura se ha colocado en el suelo, logrando la cercanía y familiaridad que se pretendía.
La composición es sencilla, una aldeana vestida a la antigua usanza, con un cazo en la mano y rodeada de cachorras;
a su vera, una burra, cargada con pesados bidones y con las patas delanteras atadas, se agacha cansada para saciar la sed en un cubo.
Es una reproducción de una obra de menor tamaño de una de las diez esculturas que conformaban un lote del autor adquirido por el Ayuntamiento de Oviedo.
La obra está dedicada a Saturnina Requejo, "La Cachucha", una mujer de Cimadevilla, puerto pesquero por excelencia de Gijón.
La retratada aparece también en el «Retablo del Mar», obra igualmente de Sebastián Miranda que se encuentra en el Museo Casa Natal de Jovellanos en Gijón.
Fue hecha mediante la técnica de la cera perdida, es decir, por medio de un molde que se elabora a partir
de un prototipo tradicionalmente modelado en cera de abeja, escayola u otro material y que es rellenado con bronce fundido posteriormente.
Vemos a una mujer sentada en un banco con la cabeza apoyada sobre su mano izquierda, con la mirada perdida.
Es una réplica de un original que se encuentra, desde 1999, en el Paseo Juan Aparicio de Torrevieja.
Representa a la «Bella Lola», protagonista de una famosa habanera en la que se habla de la vuelta a casa de un marinero, que se emociona con el recibimiento de su mujer.
La escultura fue una donación del Ayuntamiento de Torrevieja a Oviedo, con motivo de su hermanamiento.
Esta escultura y "La Guisandera" son las dos únicas representaciones de mujeres hecha por una escultora.
Representa a una mujer sentada en el suelo, con la mano izquierda sobre su
pierna mientras apoya el peso de su cuerpo en el brazo derecho, en una postura característica de la obra de este escultor.
La obra de Hugué destaca por tratar a la mujer como musa y como principal repertorio en su creación artística.
También en su obra es esencial la relación con la naturaleza, considerando a la figura humana como un elemento integrado en ella.